domingo, 22 de marzo de 2009

LOS ULTRAS DE LA CORRECCIÓN

En un mundo en donde toda actividad profesional se ve obligada al perfeccionamiento, la industria editorial no es la excepción. Tiene que superarse ante un público cada vez más exigente y crítico, comenzando desde aspectos como el uso del lenguaje. La corrección se ha vuelto extrema en algunos casos, en los que la gente se ha acostumbrado a utilizar ciertas expresiones que otros quieren corregir, pero que no son del todo incorrectas o que no tienen sustitución que explique mejor la situación.

Por ejemplo, a la expresión “Dame un vaso de agua” en seguida responden: “¿vaso de agua? Vaso con agua, ni modo que el vaso esté hecho de agua”. Pero la preposición “de” no sólo expresa la materia de lo que esté hecho algo, sino también el contenido de algo.

Pero desde el momento en que una palabra se entiende ya es buena, dice Domingo Faustino Sarmiento. En el campo de los anglicismos es peor, pues si alguien se atreve a utilizar anglicismos “no necesarios” será condenado a malinchista, traidor al lenguaje o a la patria. Se toleran los anglicismos pero sólo si son “necesarios”, como es el caso de ciertos tecnicismos. Se supone que quienes utilizan este tipo de términos “no necesarios” obedecen a cierto afán de imitación, admiración y de “querer ser” o mejor dicho de “wannabe” (para ejemplificar). Pero ninguna lengua se ha desnaturalizado por adoptar palabras ajenas.

Por otro lado, se suele condenar a palabras que no estén incluidas en los diccionarios, pero que son utilizadas por ciertos sectores o incluso que forman parte de ciertas jergas o en ciertas disciplinas especializadas. De la misma forma algunos términos caracterizan a algunos sectores, como el caso del empresarial que tiende a utilizar neologismos o préstamos lingüísticos o el gubernamental que tiende a emplear los términos castizos para sustituir a esas palabras.

A final de cuentas nadie ha de decirnos como DEBE ser la lengua sino como es, los diccionarios o las instituciones y su función es informativa no prescriptiva, y citaré a Miguel de Unamuno, porque me parece genial lo que dice: “Es el pueblo el verdadero maestro de la lengua…que no hay academias ni gramáticas ni erudición en las escuelas, que valgan contra la ley de la vida”.

La lengua es como un organismo que se autoregula que cambia en función de las necesidades para comunicarse y que frena las tendencias que amenazan con desintegrar esa comunicación. El problema que platea la autora de este texto, es hasta dónde podemos ser libres y dar rienda suelta a la creatividad expresiva y a la utilización de extranjerismos.

Lo que se puede concluir es que es bueno que tengamos un léxico tan rico que podamos hacer uso de los términos que dominemos y por tanto enriquecer la comunicación, con la responsabilidad de decir lo que se quiere decir de manera que se comprenda el mensaje y se desarrolle la comunicación.

Es responsabilidad de la industria editorial la consecución de obras literarias de perfecto lenguaje, de nosotros hacer uso de la gramática como una herramienta práctica del lenguaje. Concluyo diciendo algo que mis maestros siempre me han dicho y que se propone en el texto: ¿Cómo se aprende a escribir bien? Leyendo, es decir debemos acercarnos a las obras literarias y así acrecentar nuestro bagaje cultural y nuestro léxico.

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